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Novato de la literatura y de la vida...

September 11, 2014

El Pelotón de Fusilamiento (Parte #2)


San Petunio era un pueblo pequeño, pobre, olvidado por muchos, pero recordado por pocos; su población era un poco más de ochocientos habitantes, en el centro del pueblo había una Iglesia de tipo colonial con un hermoso campanario, que les recordaba a sus habitantes que era la hora de redimir sus faltas y así poder tener derecho a un lugar en el cielo; el párroco de la Iglesia era un hombre joven llamado Pedro, así como el nombre del apóstol; para las chicas del pueblo era un hombre apuesto e inteligente, se lamentaban que era cura y de no poder demostrar sus encantos femeninos; pero eso era una verdadera realidad, el padre Pedro así como lo llamaban su pueblo querido y amado, se hacía respetar y cumplir sus votos sacerdotales al pie de la letra, él decía que era el encargado de civilizar al pueblo, por medio del amor y la redención; el Padre Pedro era el puente entre lo divino y lo terrenal; sus sacramentos de mayores impacto en el pueblo de San Petunio eran: bautismo, casamiento y la extremaunción, que no era otra que darle la absolución de los pecados al moribundo, al fallecido o apunto de fallecer. También el pueblo de San Petunio tenía una barbería, su propietario era don Roque, un hombre gordito y simpático, entre los hombres era el más fanfarrón, don Roque le sabía la vida a todo el pueblo, revés y derecho, su negocio era propicio para eso, cuando llegaba un cliente, siempre que le cortaba el cabello o la barba, le empezaba a cuestionar, algo así como: queriendo pero a la vez como no queriendo saber. San Petunio no tenia escuela alguna, pero a cambio de eso tenía una alcaldía, que era la encargada de manejar las cuentas del pueblo, que al decir la verdad, al pueblo nunca le salían las cuentas, manejado por el déspota don Patricio y su secretario Rafael. El pueblo tenía un solo parque recreativo, que quedaba en el centro de todo y en el lugar de la nada, en un extremo estaba la Iglesia del padre Pedro y en el otro extremo la alcaldía de don Patricio, por un costado del parque estaba a la intemperie un pequeño mercado donde los campesinos comercializaban sus productos agrícolas de esas largas y fatigosas faenas.
 También había un veterinario que se llamaba Pascual, quien era el encargado de curar a todos los animales de San Petunio, las personas del pueblo quedaban muy agradecidos cuando le curaban sus animalitos, pero como la gran mayoría carecía de dinero le pagaban con gallinas, huevos, pavos, patos y algunas veces con cerdos; don Pascual no salía de su asombro y decía: que paradoja de la vida, yo curo los animales y después me los traen para que me los coma. En ocasiones la desesperación de las personas del pueblo, le llevaban sus familiares moribundos por falta de médicos, Pascual muy preocupado no los quería curar, pues decía que lo suyo eran los animales, los familiares muy enfadados le decían a Pascual: Y no la gente de la capital dicen que somos unos animales pues; pero Pascual se rehusaba, hasta que miraba que un familiar del moribundo desenfundaba su machete y lo amenazaba diciéndole: si se muere, también tú te vas con él!!! A Pascual no le quedaba otra opción que irse a lavar sus manos en una charola así como Pilato, y respondía: que conste, que si se me muere no es mi culpa!!!! Cuando decidía de curar al enfermo eran torrentes de sudor por todas parte de su cuerpo, que hasta le cegaba la visión por el sudor, pues él mismo decía: cuando es un animal no mucho me importa que se me muera, pues se que al final terminara en mi sartén.
 Alrededor del centro del pueblo, estaba rodeado por colinas y un rió hermoso, que es donde vivían y tenían sus siembras los campesinos, aunque pobres pero vivían felizmente, con el sudor de su frente trabajaban la tierra, pero a cambio la madre tierra les daba los buenos frutos de su duro trabajo,
criando animales de consumo humano, como: gallinas, patos, pavos, cerdos, cabras y vacas. Todos ellos eran autosuficiente, ellos no necesitaban de dinero para sobrevivir, cuando querían efectivo, iban al centro del pueblo con su yunta de bueyes, llevando el rico producto de su fuerte pero noble trabajo, los vendían a un buen precio, lo suficiente para suplir sus necesidades. Ellos eran muy unidos pero a la vez eran muy poco tolerantes, directo al grano sin rodeo era su modo de vivir, simple pero dura. En la colina más alta de San Petunio, era el hogar de don Antonio un hombre rudo pero de corazón noble, su familia se componía de su esposa Marta, su hija mayor Julia y su pequeño hijo que acababa de nacer le llamaron  Humberto. En pocas semanas cumpliría un año el pequeño Humberto y lo llevarían al centro del pueblo a que lo bautizara el padre Pedro, ya que sus creencias era que si no bautizaban a su bebé, el demonio tomaba posesión de ellos y los volvían rebeldes en algunos casos crueles, don Antonio ya tenía todo preparado para el bautismo de su hijo, su fiesta e invitados, la Iglesia con el padre Pedro también estaba preparada para recibir al futuro pequeño laico, Humberto....










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