Yo también luche por tres divinos ideales: ¡Por mí Dios, por mí patria y por mi mujer!
Hoy mí Dios ante mí su faz esconde, la patria me niega su ternura de madre amorosa, y mujer ante mí voz no responde.
Me rindo bajo el peso del destino, esquivo el combate, y lo rudo lo he puesto en la vereda del camino; resuelto a descansar sobre mi escudo. Quizá mañana con afán distinto, ajustare el casco y mis armas, e iré al combate diario; y diré: ¡Quién me ame, que me siga! Más déjame hoy, aunque la gloria pese, dormiré en paz con mi escudo roto, dejad que mí ruido dolor cese, que la brisa nocturna me bese, y el olvido me de su flor de loto.
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