Aquella niña andrajosa, sucia de vestimenta, pero pura de corazón... que vivía pidiendo limosna de casa en casa, de barrio en barrio, de corazón a corazón. En el umbral la hallaron al despuntar el día; con una manita apretando una moneda, con la otra manita en dirección de las estrellas, y un nudo en su corazón.
Nadie sabía quién era, ni de dónde venía; pero, A quien le importaría? Cada cual con su vida! Cada cual con su dicha! Cada cual con su desdicha!
Su sonrisa era mueca de la desilusión, y en su corazón tenía el sello amargo de la melancolía, perpetuado con dos ojeras de barro; en su pequeño cuerpo dejó el rastro del hambre, su mirada apuntaba el cielo estrellado, lo supieron los astros... del cielo llovió estrellas, para no perturbar su paz... nadie supo quien era la niña, ni que le paso, solo de testigo fue la noche cálida, los luceros y el arroyo turbio...
Nadie sabía quién era, ni de dónde venía; pero, A quien le importaría? Cada cual con su vida! Cada cual con su dicha! Cada cual con su desdicha!
Su sonrisa era mueca de la desilusión, y en su corazón tenía el sello amargo de la melancolía, perpetuado con dos ojeras de barro; en su pequeño cuerpo dejó el rastro del hambre, su mirada apuntaba el cielo estrellado, lo supieron los astros... del cielo llovió estrellas, para no perturbar su paz... nadie supo quien era la niña, ni que le paso, solo de testigo fue la noche cálida, los luceros y el arroyo turbio...
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