En mi tercera noche, me eleve con un poderoso esfuerzo, como todo aquello que deseas alcanzar en la Tierra. Es el mundo de los dioses, aunque pensaba que sólo existía un solo dios, pero no es así. Es un lugar inarrable, que no se puede describir con letras o conocimiento humano, tal vez por eso se me hace difícil narrarlo; pero es un sublime panorama de grandeza inefable.
Enfrente de mis ojos estaban todos los Arquetipos Luminosos, que irradian en el umbral del mundo de los Devas. Círculos, triángulos, Astros Luminosos, moldes del mundo material; de inmediato aparecieron enfrente de mí las fuerzas cósmicas. Los dioses carentes de inmutables formas, temperamentos, lenguaje y deseos; es notable que no tiene ninguna característica humana, porque no lo son. Pero actúan multiformes en las diferentes venas del mundo terrenal.
Sus mundos llenos de simbolismo, códigos y entrelazados en mundos paralelos; pude ver ruedas de fuego, torbellinos de luz y tinieblas; Astros trasformandose en leones alados, águilas monstruosas erguidas, irradian en un Océano en llamas. Esas figuras desaparecían, aparecían y se metamorfoseaban; se multiplican como en la rapidez de un rayo; emanan en todas direcciones, en corrientes Luminosas qué se diversifican por el Universo. Y aquellas corrientes de vida, borbotean en el curso de los planetas, en el tiempo y el espacio; brotando nuevamente sobre sus superficies, dando vida en diferentes cuerpos, pero con un sólo corazón.
Me identifique como vidente en el ardor que aquella nueva vida, especies por ubicación, en el umbral de su embriaguez, escuché el súbito grito de dolor humano. Ascendí hasta dónde estaba él; una creciente marea de clamores desesperados, entonces descubrí algo terrible; el mundo de los mortales lleno de luchas, sufrimientos, dolor, amor, alegrías y desencantos; todas las emociones en su máximo esplendor, lo habían creado los dioses; conscientes de si mismo, se habían desenvuelto en todo el Universo, y viven encima de todo ello, pero inseparables de su esencia; ¡Viven de su reflujo, formidables!
Los dioses inmortales se envuelven en las llamas estelares, su luz que nunca se apaga, más aquel fuego convierte para los hombres en pasiones y desasosiego. Los dioses se alimentan del soplo de amor humano, que en ellos existen; respiran el perfume de sus adoraciones, y el humo de sus tormentas. Bebían de las almas heridas de dolor y deseos, como bebés en el vientre tempestuoso, como espuma oceánica ¡También ellos son culpables!