En esa horrible guerra ves un compañero caer, día a día; no puedo cambiar lo que pasó. El compañero cae, la mueca de la muerte no se le puede borrar de su rostro, ni de tú mente; ni se puede borrar su rostro de alegría cuando soñaba despierto, con su vista puesta en el horizonte; no se puede borrar sus anhelos, ni cuando felizmente hablaba de su familia.
Con los compañeros cortaba su tristeza con una tijera de oro, juntaba todo el sufrimiento y lo guardaba en una esquina de su corazón; debajo de un árbol lloraba él sólo, como un niño, pidiendo la paz.
Tanto dolor tiene el mundo, que necesita porvenir, le decía a mi compañero tomándole de sus hombros. Mi compañero quería cambiar el mundo, poniéndole tiritas al horizonte.
Ahora los veo morir, cada día, pensar que así vivimos: andamos arrastrando pedazos de cielos, con la sombra del alba; dónde, entre las 5 hasta las 8, vuelve a caer un nuevo compañero.
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