Aunque había tomado todas las precauciones pertinentes sobre mí enfermedad, lo inevitable llegó. Fue como un susurro, encontrándome en un estado total de inconsciencia, débil y de indefinida existencia; acercándose el pálido amanecer, gris del día psíquico; un desasosiego aletargado, una sensación apática de sordo dolor, ninguna preocupación, ninguna esperanza, ningún esfuerzo. Entonces, después de un largo tiempo, como un zumbido al oído y con muy poco estado de conciencia escuché una vos ronca que exigía el bisturí; con otro poco de conciencia me alarme, me imagine que me tenían en la morgue, fue mi petición al morir: embalsar al síncope. Estaba inmóvil, quería reunir todas mis fuerzas para por lo menos alzar mi brazo, pero todo fue infructuoso, sentí que tenía vos nuevamente y gritaba: ¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo! Pero nadie me escuchó, al parecer sólo era mi voz interior; después vivo un lento y espacioso silencio.
Luego de un lapso de tiempo mucho más largo, una sensación de hormigueo sentí en mis extremidades; después, un periodo aparentemente placentero de una eterna quietud; durante el cual, las sensaciones que se despiertan, luchan por transformarse en pensamientos; más tarde, otra corta zambullida en la nada; luego, un súbito restablecimiento.