De pie en la noche, bajo el cielo desolado, el astrónomo me anuncia todo un óleo de posibilidades; él me explica el pentagrama del arcano infinito. El amor entre las dimensiones, y las fuerzas extrañas.
Con preguntas que inspira la nocturna compañía; el astrónomo se sumerge en la hipótesis del pastor favorito, el misterio y lo nuevo. En un gesto inaudito, lo absoluto discurre en aquellas barbas extrañas.
De pronto sudo y tiemblo, pálido ante el enigma; veo a la ninfa Eco, traducirme una burla del estigma. Le sugerí al astrónomo una estéril vanidad de su ciencia; su voz se escuchaba como trueno, y mí tumba en aquella inmensa hora.
¡Arrodíllate!
Sobre mí contrita insolencia, lo eterno me guiña un ojo; y me mudo a otro mundo con mi monólogo infinito.
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