¡Oh,Dios! ¿Dónde quieres que ponga tanto rencor engendrado en mí corazón? Todo lo siento, todo lo sufro; pero soy todavía aquel niño a quien hacen llorar, en cuanto mira un juguete delante de sus ojos, sonríe y se consuela; y las ávidas manos tiende hacia él, sin recordar la pena.
Así Yo, ante el divino panorama mi filosofía, ante lo inexplicable de mí amor infinito; no siento el azote maligno de esa cruel y afilada mirada; ni escucho la sarcástica risa ¡Todo lo olvido mi Dios! Porque sólo soy corazón.
Mis ojos asoman en la ventana de la vida, para ver pasar el inefable ensueño vestido de violeta. Y con la luz de la mañana, con mis ojos divinos (los ojos que Dios me dio) en la quieta limpieza de la fontana.