Tras el hosco y triste bregar del mundo, el paraíso existe en un estado de conciencia.
Los muertos no se mudan a parte alguna, no emprenden viaje alguno con la luz remota, ni anidan en los humildes celajes, ni tiemblan en los rayos de la Luna; son voluntades lúcidas, atento a nuestros alados pensamientos, que flotan alrededor como diluidos de la sombra; son limpios intentos de servirnos en todo momento; son amores custodiados escondidos; son númenes propicios que se escudan en el misterio.
Si lo invocamos, nos ayudan ¡Feliz quien tiene a su lado un muerto idolatrado! Y en la angustia del camino, siente sutil, impalpable, la delicia de su santa caricia.