Alcé la vista aquel panorama, vi las perspectivas de aquel espacio, de como los Astros con sus movimientos motivaba el tiempo, esos tiempos cada vez más vastos; vi volar los espíritus humanos de edades en edades, creo distinguir a los dioses creadores, arrastrandolos en el naufragio final de sus mundos; engullidos en un sueño cósmico, forzados a morir y a renacer también; de eternidad a eternidad, creando mundos perpetuamente miserables.
Entonces vi una enorme rueda en el Universo, espantosa dónde se hayan sujeto todos los seres: hombres y dioses. No había medio de escapar a la ley inevitable del giro y la atracción. De vida en vida, de encarnación en encarnación ¡Imperturbable! Todos los seres vuelven siempre a comenzar en vano, idénticas aventuras; siendo despiadadamente triturados por el dolor y la muerte.
Vi como se extiende el inconmensurable pasado, el inconmensurable porvenir del sufrimientos, angustias, alegrías, regocijo, odio, amor dolor, desesperación, placer y la muerte. Se ofrecen en sucesiones infinitas, en cada existencia; innumerables períodos del mundo deslizandose enfrente de mí mirada: tierras, cielos, infiernos, lugares de torturas; nacen y desaparecen, como surgieron para ser barridos después, de eternidad en eternidad.
¿Como escapar a esta rueda?
¿Como terminar con el suplico de vivir una y otra vez?
Desperté de esa visión, con un vértigo espantoso. El viento del Norte había agitado toda la noche; el árbol del conocimiento de cien mil hojas, me murmuraba. El alba empezaba aclarear, no tenía ganas de orar, no esperaba nada de los dioses, ni su mediación; no los odiaba ni los acusaba, sería injusto.
¿Acaso no se hallaban ellos también sujetos a la fatal ilusión del cambio, por el deseo Universal, por la sed desenfrenada de ser y vivir? Si no podían salvarse a si mismos ¿Como iban auxiliar a los hombres?
Sólo me envolvía una inmensa piedad.